Bienal de Pontevedra

Carlos Fer despliega un sistema de pinturas suspendidas por un entramado de poleas, contrapesos cerámicos procedentes de técnicas tradicionales y raku, piezas metálicas y objetos encontrados. El conjunto opera como un organismo interdependiente, en el que cada elemento mantiene su posición gracias a una red de tensiones compartidas. La instalación convierte el gesto de colgar un cuadro, habitualmente oculto en la discreción de un clavo, en un ejercicio coreográfico que subvierte la ley de la gravedad a través del artificio. Las conexiones entre las partes evocan dinámicas de causa y efecto que remiten tanto al efecto mariposa como al dominó, ya que una mínima alteración activa un ciclo de ajustes en cadena, lo que revela un mundo articulado por frágiles equilibrios. Las pinturas están compuestas por fragmentos cortados con medidas exactas de extremidades y proporciones corporales del artista, posteriormente unidos mediante costuras o ensamblajes. Pintados con pigmentos minerales y aglutinantes naturales, estos fragmentos funcionan como “medidores mediadores”, dispositivos que encarnan la relación directa entre el cuerpo y la pintura.